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Sintra y sus palacios de cuento, el "Disneyland" portugués.

Sintra es uno de los lugares más pintorescos de Portugal, una ciudad pequeña pero repleta de naturaleza y de atractivos que ha sido declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se ubica en el centro del país, dentro del Parque Natural de Sintra-Cascais y a menos de treinta kilómetros de Lisboa, lo que hace que sea una escapada perfecta desde la capital. 

Debido a su agradable clima y a que está rodeada de montes que son muy propicios para la caza esta población fue elegida por la realeza y la aristocracia portuguesa como residencia vacacional. A lo largo del siglo XIX y XX se han ido afincando en la zona otras personalidades pudientes que han contribuido con sus excentricidades a crear un entorno de lo más especial. 

El paisaje de Sintra está dominado por elementos arquitectónicos muy llamativos, desde un antiguo castillo árabe hasta una serie de originales palacios, mansiones y monasterios con bellísimos jardines. Todo ello y más nos espera en Sintra, una ciudad que desprende magia y que podría servir de escenario para una película de fantasía.

PALACIO NACIONAL DA PENA

En Sintra hay palacios para todos los gustos pero hay uno que sobresale por encima de los demás, es el Palacio da Pena, una construcción tan extravagante y colorida que se ha convertido en el principal reclamo de la ciudad y en el segundo monumento más visitado de Portugal, después del Monasterio de los Jerónimos en Lisboa. 

Pero no es lo único que hay que visitar en Sintra, y es que para ser una población más bien pequeña posee muchos puntos de interés que no se pueden visitar a la carrera. Hay que dedicar mínimo un día completo y aún así pueden quedarse sin ver algunos monumentos, en nuestro caso fue el Palacio Nacional de Sintra y el Palacio de Monserrate, lo importante es disfrutar de lo que se tiene delante y no tratar de abarcarlo todo para agobiarse a lo tonto. 

Nosotros empezamos a primera hora por el Palacio da Pena para evitar masificaciones y disponer del resto del día para todo los demás. Allá vamos dispuestos a entrar en un mundo mágico...

El lugar sobre el que se levantó el palacio tiene una larga historia. En el siglo XII existió una pequeña ermita dedicada a Nossa Senhora da Pena o Nuestra Señora de la Peña, la cual fue convertida más tarde en monasterio durante el reinado de Manuel I de Portugal. Los monjes de la Orden de San Jerónimo habitaron el monasterio hasta que el terremoto de Lisboa de 1755 lo devastó, salvándose sólo la capilla que siguió en uso hasta la abolición de las órdenes religiosas en 1834. 

Fue a partir de entonces cuando vivió su gran transformación de la mano de Fernando II, un aristócrata de origen austriaco, amante del arte, que contrajo matrimonio con la reina María II de Portugal y se convirtió en monarca tras el nacimiento de su primer hijo. Al llegar a Sintra quedó prendado de su sierra y se dispuso a invertir su fortuna personal para adquirir los terrenos del antiguo monasterio y hacer toda clase de reformas y ampliaciones. El encargado de llevar a cabo este proyecto fue el Barón de Eschwege, un ingeniero de minas y geólogo que con esta monumental obra consiguió dar una vuelta de tuerca a la arquitectura romántica de la época.

Un camino estrecho recorre toda la fachada del palacio y permite apreciarlo desde diversos ángulos. La construcción destaca por una combinación de estilos de lo más vanguardistas y diferentes entre sí que parecen convivir en armonía: neogótico, neorrenacentista, islámico y detalles del estilo manuelino portugués. Una creación única y ecléctica que no deja descanso a la cámara de fotos.

El claustro, de estilo manuelino y revestido con azulejos hispano-árabes, es una de las reliquias que formaba parte del antiguo monasterio y que sobrevivió al terremoto, al igual que la capilla. Estas dependencias fueron respetadas y debidamente restauradas para construir después el palacio en torno a las mismas. 

Todo el recinto está lleno de detalles que nos hacen detenernos una y otra vez, como la figura siniestra que custodia la entrada de la fachada principal. Es Tritón, un ser mitológico mitad humano y mitad pez que representa una alegoría de la creación del mundo y de la relación con los elementos naturales.   

El interior del edificio no es menos glamuroso pues todas las estancias se exhiben recargadas con el clásico mobiliario palaciego del siglo XIX. 

Aunque para mi gusto lo mejor sigue estando fuera, no sólo por el edificio en sí mismo sino por las extraordinarias vistas que ofrece desde cualquiera de sus balcones y ventanales, las mismas que en su día disfrutaran los reyes lusos. 





Y si el palacio es bonito sus jardines lo son aún más. El monte sobre el que se asienta el palacio está cubierto de bosque y en él hay senderos en los que se pueden ver especies botánicas de lo más exóticas, así como elegantes fuentes y una sucesión de estanques con cisnes. La mayoría de visitantes se marcha sin ver esto porque requiere de cierta caminata y además suelen priorizar la entrada a otros monumentos, algo comprensible si se viene sólo un día. Yo considero un error pasar por alto un parque tan hermoso y bien cuidado, al fin y al cabo son estos espacios verdes los que dotan de alma a todas las atracciones de Sintra. 








CASTELO DOS MOUROS

Desde los mismos jardines del Palacio da Pena se puede acceder andando a la otra edificación que destaca en la sierra de Sintra: el Castelo dos Mouros o Castillo de los Moros.

Como su propio nombre indica esta fortaleza militar fue levantada por el pueblo árabe que ocupaba la península ibérica en torno al siglo IX, con la misión de controlar las tierras que se extendían desde la costa hasta Lisboa. Durante el periodo de la reconquista cristiana en el siglo XII las tropas del conde Alfonso Henriques invadieron Lisboa y, tras su caída, conquistaron el castillo de Sintra y expulsaron a los musulmanes que quedaban. Se proclamaba a Alfonso I de Portugal como primer rey del país y daba comienzo el reino de Portugal como estado independiente del reino de Castilla.


La fortaleza se alzó en un terreno prominente y rocoso que no sólo le proporcionaba una defensa natural sino también una gran visibilidad de los alrededores. Al pasar a manos cristianas sufrió remodelaciones y en su interior se construyó una capilla consagrada a San Pedro. Con el paso del tiempo el castillo fue quedando en estado de abandono, hasta que en el siglo XIX Fernando II lo mandó restaurar para aumentar el valor paisajístico del Palacio da Pena y sus jardines. 




El conjunto de torres y muros representa uno de los mejores ejemplos que quedan de la arquitectura islámica portuguesa y por dentro hay un centro de interpretación de la historia del castillo, en el que se exhiben algunos de los restos hallados en las excavaciones arqueológicas. Pero de nuevo lo mejor sigue estando fuera, en las vistas panorámicas que ofrece desde sus murallas que incluyen no sólo la población de Sintra sino también el Océano Atlántico y, por supuesto, más perspectivas del Palacio da Pena. 



Se nos ha hecho tarde subiendo y bajando escalones por lo que a la salida nos dirigimos a Sintra para ver su centro histórico y sentarnos a comer en la primera terraza libre que vemos, que en este caso resulta ser un restaurante indio. ¡Pues estupendo!





QUINTA DA REGALEIRA

Por la tarde y con las pilas cargadas nos vamos directos a uno de los rincones más singulares de Sintra, la Quinta da Regaleira, un lujoso palacete de estilo romántico que alberga los jardines más originales que he visto en mi vida.

Se trata de una finca de cuatro hectáreas que fue adquirida en 1892 por un tal Antonio Carvalho Monteiro, un millonario excéntrico, de origen brasileño y padres portugueses, que tenía inquietudes culturales y era un apasionado del coleccionismo de arte. El encargado de crear una obra tan particular como la Quinta da Regaleira fue un arquitecto y paisajista italiano, Luigi Manini, quien dio rienda suelta al popular estilo manuelino reflejándolo en toda la construcción.

Y una vez más la importancia de este lugar reside más en el exterior que en el interior del edificio, en unos jardines enigmáticos que esconden secretos en cada uno de sus adornos, esculturas, fuentes con cascadas, pasadizos ocultos y muchos otros detalles que nos van sorprendiendo a cada paso y que hacen que el tiempo se esfume durante el paseo. 

El misterio que rodea estos jardines está relacionado con las prácticas esotéricas y masónicas de las que el propietario era un reconocido aficionado y, según comprobamos, no escatimó en detalles a la hora de plasmar en su casa toda clase de simbología. Ir descubriendo el significado que hay detrás de estos elementos no sólo es curioso sino divertido, algunos de los puntos claves son la Puerta de los Guardianes, la Fuente de la Abundancia o el Torreón de la Regaleira, concebido como el eje del mundo, desde él se puede contemplar el Castillo de los Moros y el Palacio da Pena en lo alto de la sierra.

La finca cuenta también con su propia ermita de estilo manuelino, la Capilla de la Santísima Trinidad, muy coqueta y cargada de símbolos como la Cruz Templaria que hay en el suelo o la pintura del altar donde se representa la coronación de la virgen con los tres colores alquímicos: azul, blanco y rojo. 

Algunos significados pasan desapercibidos entre las piezas del jardín pero otros son más que evidentes, como es el caso del famoso Pozo Iniciático, una escalera de caracol invertida que desciende hacia la tierra y simula la entrada a los infiernos, haciendo referencia a La Divina Comedia de Dante. El pozo se compone de nueve rellanos que a su vez están conectados con otras zonas de la finca mediante túneles y grutas que se pueden inspeccionar tranquilamente. Al parecer esta estructura se usaba en los rituales masónicos para representar el tránsito desde la muerte en el fondo del pozo hacia la reencarnación en la salida. 


CONVENTO DOS CAPUCHOS

Nuestra última parada del día es el Convento dos Capuchos o Convento de los Capuchinos, un lugar que nada tiene que ver con los anteriores, sin lujos ni colores rechinantes pero con la misma capacidad de provocar asombro.

Tengo que decir que éste ha sido el lugar que más me ha gustado de Sintra y aunque está algo apartado merece la pena visitarlo. Para llegar aquí hay que desplazarse dieciséis kilómetros por una carretera serpenteante que se adentra en el parque natural, o bien caminar a través de la sierra unos ocho kilómetros si se tiene tiempo y ganas. Esto da una idea de lo aislado que se encuentra el convento respecto a los demás monumentos de Sintra y el hecho de mantenerse preservado del turismo de masas es justo lo que hace que sea un lugar tan insólito. Al entrar se hace el silencio y una escalinata de piedra nos da la bienvenida y nos deja intuir la tranquilidad que depara el recorrido. 

El convento fue fundado en el siglo XVI por Álvaro de Castro, hijo de un noble que según dice la leyenda se quedó dormido por este paraje mientras buscaba un venado y soñó que debía construir un templo cristiano en la zona, pero murió antes de la construcción y fue su hijo quien cumplió la promesa de llevarlo a término. 

Hasta el siglo XIX vivieron en el convento varias comunidades de monjes franciscanos que se dedicaron al trabajo interior y a la vida contemplativa, haciendo voto extremo de pobreza y dejando fuera de estos muros cualquier riqueza material. La característica más representativa del convento es precisamente su austeridad, la cual está presente tanto en las celdas de los monjes como en las capillas, el patio o la cocina. Otro aspecto interesante de la construcción es que los bolos de granito presentes en esta parte de la sierra fueron aprovechados como parte estructural de las fachadas, lo que supone una plena integración con la naturaleza. 

Los aposentos de los monjes no eran más que pequeños habitáculos en los que había que agacharse para poder entrar, con camas (por decir algo) de lo más humildes y sin más decoración que algún crucifijo. Las puertas y ventanas presentan un curioso revestimiento de corcho que servía para aislar del frío y la humedad, por algo era también conocido como el "convento del corcho". Al entrar en el interior podemos imaginar cómo era eso de vivir entre cuatro paredes sin nada más que la soledad. 

Todas las dependencias están dispuestas alrededor de un gran patio o claustro que destaca por una fuente hexagonal en el centro y una pequeña ermita, la Capilla del Señor en el Huerto, en la que hay algunas pinturas como la de San Francisco de Asís. 



Después de ver tanto palacio vanidoso nos encontramos aquí un panorama totalmente distinto y la verdad es que se agradece bajar pulsaciones en un ambiente más relajado en el que, una vez más, la naturaleza cobra todo el protagonismo. Alrededor del convento hay senderos que se internan en el bosque, los mismos que recorrían los monjes en sus prácticas meditativas y que ahora invitan al visitante a disfrutar del silencio. 





Nos retiramos a nuestro camping en Cascais después de haber vivido un día de muchas sensaciones que serán difíciles de olvidar por más años que pasen. Y colorín colorado este cuento se ha acabado. 

¡Hasta la próxima rutilla!







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