El norte de la provincia de Huelva es uno de los destinos rurales más potentes de Andalucía. Una región desbordante de naturaleza y con una personalidad muy marcada que se halla presente en cada uno de sus pueblos, en su cultura y en la exquisita gastronomía de la que presume. Mucho hemos tardado en conocer este lugar, pero desde aquellas navidades de 2018 ya son varias las veces que hemos vuelto y siempre ha sido un acierto.
Y es que dentro del Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche las posibilidades son infinitas. Hay cientos de senderos públicos que atraviesan la sierra y van conectando las diferentes poblaciones a través de un paisaje privilegiado. Es una gozada transitar por estos antiguos caminos entre bosques, aldeas y algunas de las dehesas más bellas del mundo, sin exagerar. Pero no todo es senderismo y en este viaje hemos querido dedicar un día entero a conocer algunos de sus pueblos más curiosos, como son: Linares de la Sierra, Cortegana y Almonaster la Real. Por supuesto hay otras muchas localidades interesantes por la zona, que espero ir conociendo y compartiendo en un futuro, pero estas tres merecen una mención especial, ya que una vez se visitan se quedan grabadas para siempre en la memoria.
Iniciamos la jornada en Linares de la Sierra, uno de esos pueblos apartados que ha sobrevivido al paso del tiempo sin alterar sus señas de identidad. Hablamos de un municipio muy pequeño, de apenas 275 habitantes, situado en pleno parque natural entre las poblaciones de Aracena y Alájar. Con un entorno de bosques de encina, alcornoques y castaños, y la confluencia de varios arroyos que nutren sus viejas fuentes, éste es sin duda uno de los pueblos más originales de la comarca.
Su origen se remonta a las épocas fenicia y romana, aunque su configuración actual se debe al periodo musulmán en el que existió un mayor núcleo de población ligado a la actividad minera. En medio de una antigua vía natural surgió el casco urbano, que tuvo que ir adaptándose a la particular orografía del terreno dando lugar a la construcción de calles estrechas y casas desiguales que parecen amontonadas unas con otras. Uno de los elementos más representativos del pueblo son los Llanos o Empedraos, alfombras decorativas de piedra que están presentes en las entradas de las viviendas y que, además de servir de adorno, cumplen la función de salvar los desniveles del terreno. Empezaron a construirse en el siglo XIX y a día de hoy podemos verlas en todas las calles, siendo uno de los legados arquitectónicos más llamativos de la zona.
Hay empedraos para todos los gustos, algunos con figuras geométricas o de animales y otros más simbólicos o con escudos familiares. En cada casa hay uno diferente y resulta curioso ir descubriéndolos mientras se da un tranquilo paseo por las calles.
En el centro destaca la iglesia parroquial de San Juan Bautista, de estilo neoclásico, la cual fue levantada en el siglo XVIII en el mismo solar donde anteriormente se ubicaba una pequeña ermita de la que ya no queda nada. El monumento sobresale por encima de las casas y junto a él hay un coqueto jardín amurallado.
Otro rincón curioso es la plaza de toros que se encuentra abierta a varias calles y tiene aspecto de una plaza normal y corriente, con sus bares y terrazas, y con un gran escudo de piedra en el centro. Ojalá se quedará siempre así, disponible sólo para las festividades libres de violencia.
El lavadero público es otro elemento a resaltar, en esta ocasión adornado con motivos navideños de ganchillo elaborados por las manos altruistas de las vecinas. Esto es un ejemplo de esfuerzo, arte y generosidad. Si no fuera por estos detalles pensaría que aquí no vive nadie, pues no acertamos a ver ni un alma, pero aún hay vida en Linares de la Sierra. De hecho, esta población vive uno de sus días grandes durante la cabalgata de los Reyes Magos y se prepara con esmero para agasajar con chocolate caliente y roscón a todos los que se animen a pasar por aquí ese día.
Seguimos nuestra indagación de los pueblos onubenses y llegamos hasta Cortegana, otro municipio que ha sabido conservar los valores estilísticos de la arquitectura tradicional serrana. Su edificación más popular es el castillo, cuya silueta predomina sobre el municipio dotándole de un gran encanto medieval.
El castillo de Cortegana es de postal. Data del siglo XIII, de una época bastante conflictiva entre los reinos de España y Portugal, y precisamente fue construido por orden del rey Sancho IV con el cometido de defender la frontera de los ataques del país vecino. Con el paso del tiempo cayó en desuso y en 1755 el gran terremoto de Lisboa lo terminó de rematar. En el último siglo se ha trabajado en su reconstrucción hasta presentar un aspecto impecable, gracias al que se ha devuelto al municipio todo el esplendor del pasado. El monumento, declarado Bien de Interés Cultural, ha sido puesto en valor gracias a las Jornadas Medievales de Cortegana, un evento que cada mes de agosto intenta recrear la atmósfera propia de aquella época a través de teatros, mercados y conciertos por las calles del pueblos y en los alrededores del castillo. Todo un reclamo que desde hace veinte años ha ido ganando adeptos.
Por dos euros se puede visitar el interior del castillo, un centro de visitantes y la ermita colindante de Nuestra Señora de la Piedad. Aunque como suele pasar con todas las fortificaciones de este tipo lo mejor suele estar en el exterior. Y es que su emplazamiento en lo alto de una colina nos permite disfrutar de la magnífica sierra onubense y de una imagen completa del pueblo visto desde arriba.
Me hubiese gustado ver esta población con más detenimiento pero sabiendo que aguardaba el plato fuerte del día prefería seguir y dedicar a éste el mayor tiempo posible. Os hablo de Almonaster la Real, uno de los pueblos más bonitos de España e imprescindible en una visita a la provincia de Huelva. Su principal atractivo reside en el castillo que corona el cerro sobre el que se asienta el municipio. Una construcción peculiar donde las haya que es a la vez ermita cristiana y mezquita, todo en uno. Su silueta llama la atención desde lejos y, después de visitarlo, puedo afirmar que éste es uno de los monumentos andaluces más raros que he visto en mi vida.
Almonaster la Real no es especialmente grande, apenas 600 habitantes, pero su término municipal sí es muy amplio y comprende un total de catorce pequeñas aldeas, todas ellas habitadas, que conforman un patrimonio cultural único. Algún día me gustaría hacer una ruta exclusivamente para conocer estos pequeños núcleos de población, pero hoy vamos a tiro fijo a descubrir el edificio emblema de este pueblo singular. Tras un breve paseo por el casco histórico, tomamos una calle ascendente para dirigirnos al castillo y lo primero que nos sorprende es encontrar sus puertas abiertas de par en par. No hay recepción ni nada que se le parezca y tampoco visitantes, así que podemos recrearnos a nuestras anchas en este insólito templo.
La historia de esta edificación abarca diferentes épocas y se considera un lugar sagrado y de gran importancia para todas las civilizaciones asentadas en la región. Sobre los siglos I y II fue un enclave militar romano en el que se levantó un edificio de carácter religioso. En el siglo VI el reino visigodo lo convirtió en un monasterio cristiano, el cual desapareció con la llegada de los árabes a la península ibérica. En su lugar fue construida una mezquita durante el Califato de Córdoba en el siglo X. Y con la posterior reconquista cristiana el oratorio islámico se acabó transformando en una ermita cristiana.
A lo largo de los sucesivos siglos ha sufrido numerosas reconstrucciones y, como cabe esperar, cada nuevo dueño ha ido haciendo las remodelaciones oportunas aprovechando los materiales ya existentes. El conjunto actual es por tanto fruto de la mezcla de estilos propios de cada cultura y de materiales de construcción muy diversos. Precisamente, eso es lo que le otorga su excepcional valor artístico que le valió el reconocimiento de Monumento Nacional en 1931. A día de hoy es la única mezquita andalusí que se conserva en una zona rural y sólo por eso merece la pena ir a verla. Desde luego al entrar uno tiene la impresión de estar en un sitio diferente, un espacio en el que se percibe una alta vibración energética que invita a un profundo recogimiento.
Su interior es asombroso. Está organizado según la forma clásica de los lugares de culto islámico, diferenciándose dos espacios: la sala de oración (Haram) y el patio de las abluciones (sahn). El templo principal se compone de cinco naves de diferentes anchuras, siendo la central la de mayor tamaño, y separadas entre sí por arcos y columnas desiguales que se disponen de forma transversal a la alquibla, como ocurre en la Mezquita de Córdoba.
Saliendo hacia el lado opuesto de la entrada nos encontramos con el magnífico pórtico de época cristiana, desde el que se accede a un porche exterior donde las vistas son inmejorables.
Dentro del recinto amurallado hay una vieja plaza de toros anexa al monumento desde cuyo graderío se aprecian unas bonitas vistas del pueblo. Y ya que estamos por qué no hacer el clásico paseíllo al ruedo...
Espero haberte animado a visitar este lugar sagrado y algunos de los pueblos más singulares de la sierra de Huelva. Yo seguiré repitiendo seguro, ¡hasta la próxima rutilla!
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