Se dice
de Cudillero que es el pueblo más bonito de Asturias y, una vez visitado, pocos
se atreven a decir lo contrario. Este pequeño municipio de la costa occidental
asturiana forma parte de la lista de "Pueblos más bonitos de España".
¿Y qué es lo que lo hace tan especial? Su mayor riqueza es un conjunto
arquitectónico muy pintoresco formado por pequeñas viviendas de pescadores,
cada una pintada de un color diferente. El aspecto global de Cudillero se
asemeja bastante a los pueblos marineros de la región italiana de "Cinque
Terre", lugar de moda en los últimos años. Por ello, no es de extrañar que
esta localidad asturiana haya servido de escenario para rodar algunas
películas españolas: Mar brava, El Cristo del océano y la oscarizada Volver a empezar, de José Luis Garci.
Pero el
encanto de Cudillero no es sólo una cuestión estética, va mucho más allá. Por
un lado, destaca su exclusiva ubicación en una zona de naturaleza salvaje, en
la que se alternan inmensos acantilados con playas paradisíacas. Y por otro
lado, cuenta con una excelente tradición culinaria, gente amable y un ambiente
muy acogedor para al visitante. Y es que a pesar de ser uno de los pueblos más
populares del litoral asturiano, sigue conservando su autenticidad como pocos.
No ha muerto de éxito (o por lo menos esa fue la sensación en nuestro viaje en
septiembre de 2014) y esperemos que sigua siendo así.
Junto al
puerto pesquero hay una amplia zona de aparcamientos gratuita. Aquí comienza un recorrido inolvidable que no exige andar demasiado para disfrutar de las imágenes
más reconocibles de Cudillero y su magnífico entorno.
En el
otro extremo del puerto se encuentra el faro de Cudillero, al que se puede
acceder dando un cómodo paseo. Tal vez no sea el más bello del mundo, pero
la ubicación sobre un verde acantilado con las nubes y el mar de fondo,
conforman un enclave realmente fotogénico.
Después
de visitar el paseo marítimo entramos al pueblo a través de la emblemática Plaza de la Marina, uno de los rincones con mayor encanto
del Principado de Asturias. No sólo es la puerta de entrada a Cudillero, es su
punto neurálgico, donde se concentra toda la vida social y se ubican los
mejores restaurantes. Esta plaza es conocida como el "anfiteatro" por
la singular forma en la que están dispuestas las casas alrededor de ella, a
modo de palcos particulares.
Las
casas de colores son la esencia de esta coqueta villa marinera, pero desde
luego hay mucho más que ver. El casco antiguo merece una visita con
detenimiento para apreciar algunos de sus rincones ocultos.
Cada
paso que damos por sus estrechas callejuelas nos va desvelando un sinfín de
detalles curiosos: fachadas desiguales, tejados cubiertos de maleza, ropa
tendida colgando sobre tu cabeza, ventanas misteriosas...
¿A dónde
llevarán estas escaleras llenas de verdina?
Uno de
los mejores planes que se pueden hacer en Cudillero es recorrer la ruta urbana
que lleva hasta sus miradores. Son unos cuantos y todos se encuentran en la
parte alta del pueblo, por lo que toca subir empinadas cuestas para llegar a
ellos. Merece la pena porque, según vamos ganando altura, la perspectiva del
municipio empieza a cambiar.
En
nuestro caso, nos topamos con un paisano al salir de un comercio que nos ofrece
llevarnos en su coche mientras nos explica el mejor itinerario y algunas rutas
cerca de la localidad. Tras unos minutos de conversación nos montamos en el
coche de un perfecto desconocido que, muy cortésmente, nos acerca hasta uno de
los mejores puntos de observación: el Mirador Cimadevilla. Desde aquí se atisban los tejados naranjas
mezclados con la variedad cromática de las fachadas, mientras abajo del todo
turistas y lugareños circulan ajenos a nuestra curiosa mirada.
Ascendemos
un poco más hasta salir por completo del casco urbano y transitar por una zona
arbolada que nos lleva hasta el Mirador de la Atalaya. Aquí hay una mejor perspectiva de Cudillero, ya
que se observa cómo ha sido construido en medio de dos colinas que descienden
hasta el mar Cantábrico.
Ésta es
una de las más evocadoras postales del pueblo, envuelto en naturaleza con las vistosas hortensias como protagonistas.
De
vuelta al entramado de callejuelas nos llama la atención una especie de
pescados raros colgados en las puertas de las casas. Son los "curadillos",
uno de esos platos típicos que sólo se preparan aquí y que se han convertido en
seña de identidad de Cudillero. Se elaboran con especies que pertenecen a la
familia de los escualos, y una vez llegan a la lonja se "tienden" y
se dejan secar al sol durante unos cuatro meses. Una tradición centenaria que
ha servido para subsistir en tiempos de escasez o cuando había fuertes
tempestades que impedían salir a navegar.
Subir y bajar por las cuestas es la excusa perfecta para hacer hambre y sentarse a degustar alguno de los sabrosos manjares que se ofertan en la Plaza de la Marina. Cualquier restaurante es bueno, nosotros elegimos uno al azar en el que nos ponemos hasta arriba de marisco fresco y buen vino. Una experiencia gastronómica de lujo que, por más años que pasen, nunca borraré de mi memoria.
Después
de tanta opulencia decidimos explorar el entorno natural de Cudillero. Como
he mencionado, a poca distancia hay zonas de acantilados y
exuberantes playas para realizar actividades al aire libre. Aunque
la tarde amenace con lluvia no podemos irnos sin hacer alguna rutilla para
digerir la mariscada. A escasos 15 kilómetros del pueblo se encuentra la Playa del Silencio, una de las localizaciones más
espectaculares de toda la costa cantábrica. Ahí lo dejo. 😍
No
tenemos problema para aparcar ya que la tarde nublada ha echado a la gente de
la playa, mejor para nosotros. Desde arriba las vistas de la playa con los
acantilados de fondo son alucinantes.
Para
acceder a la playa hay que seguir un camino de tierra y descender por una
pasarela de escaleras con barandillas. Es un paseo que merece la pena, sobre
todo, si te encuentras este idílico lugar completamente vacío.
La playa
del Silencio hace honor a su nombre, siendo un rincón de máxima tranquilidad y
desconexión. Nada ni nadie nos impide un refrescante chapuzón, ni siquiera la
lluvia, que más tarde nos regala un arco iris en el horizonte para despedirnos.
¡Hasta
la próxima rutilla!
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