La Sierra
Sur de Jaén es una comarca de la provincia de Jaén situada en su
extremo suroccidental e integrada por los municipios de Alcalá La Real,
Alcaudete, Castillo de Locubín, Frailes y Valdepeñas de Jaén. En su
paisaje predominan zonas de campiña con el olivar como protagonista, la piedra
angular de la economía de esta provincia, aunque también alberga imponentes
montañas de casi 2000 metros de altitud y valles escondidos que aún conservan
un bosque mediterráneo autóctono.
Estas
montañas forman parte de la Cordillera
Subbética, un conjunto de sierras calizas y dolomíticas, no muy elevadas,
que se extienden desde Gibraltar hasta la provincia de Alicante atravesando las
provincias de Cádiz, Sevilla, Córdoba y Jaén. Su formación se remonta a la Era
Cenozoica hace más de 65 millones de años, cuando el continente africano empezó
a chocar con el euroasiático en una serie de procesos geológicos que se conocen
como Orogenia Alpina y que causaron el plegamiento y la
elevación de las capas terrestres. Esta colisión continúa produciéndose en la
época actual y es la responsable de la formación de muchas de las grandes
cadenas montañosas del mundo, como el Himalaya en Asia, el Atlas en África, los
Cárpatos y Alpes en Europa, y en España la Cordillera Cantábrica, las
Cordilleras Béticas y Los Pirineos.
La
comarca de Sierra Sur de Jaén posee un importante patrimonio arquitectónico y
cultural fruto del asentamiento de distintas civilizaciones que dejaron tras de
sí una interesante mezcla de estilos. Su territorio está repleto de elementos defensivos como castillos, torres y atalayas desde donde era posible
avistar al enemigo y planificar los ataques durante la época medieval. Fue un lugar
estratégico y fronterizo entre el reino nazarí de Granada y el reino cristiano
de Jaén, convirtiéndose en el escenario de continuos enfrentamientos entre
moros y cristianos, y siendo testigo no sólo de cruentas batallas sino también
de historias de amor imposible entre personas que pertenecían a las religiones
enfrentadas. Historias reales aderezadas con fantasía que se han transmitido
generación tras generación y han dado lugar a la aparición de grandes romances
como el Libro del buen amor del Arcipestre de Hita, y leyendas
de todo tipo que prevalecen a día de hoy en la memoria popular.
Una
tierra tan legendaria como desconocida, digna de ser
descubierta y protegida.
Y
hablando de proteger, es destacable que un entorno así no cuente con una figura
de protección ambiental que abarque toda la comarca, pese a reunir méritos de
manera sobrada. Muchos son los colectivos que desde hace años batallan para
lograr la declaración de este territorio como Parque Natural y por el bien de
todos espero que se consiga antes de que sea demasiado tarde y ya no quede nada
que proteger. De momento sí existen algunos reductos que cuentan con una
pequeña figura de protección, como es el caso de las Reservas Naturales de
la Laguna Honda y la Laguna del Chinche en
Alcaudete, el Monumento Natural Cañón de los Pitillos y el Parque Periurbano Monte La Sierra, dentro del término municipal de Jaén. Este
último está considerado el mayor parque periurbano de toda la comunidad
andaluza, con un total de 2700 hectáreas, un espacio de gran valor ecológico al
que nos dirigimos para realizar la propuesta de hoy.
Desde la
capital de Jaén tomamos la carretera JA-3210 en dirección hacia Puente de La
Sierra y en apenas veinte kilómetros llegamos al área recreativa Cañada
de las Hazadillas, donde además de merenderos y barbacoas hay un aula de
naturaleza en la que se desarrollan actividades de educación ambiental,
campamentos y diversas prácticas deportivas como la escalada.
La idea
es conocer un pequeño trozo de esta Sierra Sur a través de la subida al
pico Cruz de la Chimba, desde allí dirigir nuestros pasos hacia los cerros
de Matamulos y Matamulillos y descender de
nuevo al área recreativa en un recorrido circular de once kilómetros y de una dificultad moderada.
Tras
repasar el itinerario nos ponemos en marcha tomando un camino que parte de la
misma área recreativa y está indicado.
Un
sendero empinado nos sumerge en una espesa mancha de encinas, quejigos,
acebuches y pinos de repoblación en los que pululan libremente las ardillas.
También se dejan ver algunas cabras montesas, jabalíes y ciervos que, sobre
todo a comienzos del otoño, se entregan a una lucha sin cuartel para conquistar
el territorio y asegurar su descendencia, haciendo vibrar estos valles con los
sonidos de la berrea. He aquí una de las principales problemáticas derivadas de
la ausencia de protección ambiental, la caza y el furtivismo de estas especies
que se acaban convirtiendo en actividades difíciles de regular por la falta de
vigilancia.
La
subida es constante en esta primera parte y la altura que vamos ganando nos
permite descubrir un paisaje cada vez más abrupto en el que emergen formaciones
rocosas totalmente verticales. A lo largo de los siglos estos ecosistemas han
sufrido una profunda transformación provocada por la imparable intervención
humana en el monte, en actividades como la agricultura, la ganadería extensiva
o la extracción del carbón.
En pocos
kilómetros hacemos cumbre en el Pico Cruz de la Chimba, con 1156 metros de
altitud y unas inmensas vistas del valle del Quiebrajano. En frente nos saluda
desafiante la cumbre de La Pandera, considerada como el punto más alto de la
Sierra Sur de Jaén.
En lugar
del clásico punto geodésico hay un pequeño refugio de montaña con un par de
"camas" y una chimenea así de coqueto y
confortable por dentro. ¿A quién no le apetece una escapada romántica a una cabaña en
la sierra?
Echar un
vistazo por los alrededores es suficiente para detenernos y absorber la energía
de la madre naturaleza, como un abrazo silencioso que reconforta y que en el
momento de realizar la ruta, en noviembre de 2014, era algo que de verdad
necesitábamos.
Si
miramos hacia la derecha vemos la capital de Jaén a lo lejos con la
inconfundible silueta del castillo de Santa Catalina custodiando la ciudad.
Continuamos
el camino y nos internamos en un frondoso pinar donde se mezclan otras especies
botánicas de interés como el enebro, lentisco, madroño, cornicabra, arce, jara
blanca, boj, sabina y un largo etcétera. La comarca de Sierra Sur de Jaén está
considerada como "punto caliente de biodiversidad" por poseer una
gran variedad de especies endémicas, como por ejemplo el Jamarguillo de roca (Erysimun fitzii) un tipo de crucífera que no existe en ninguna otra
parte del mundo.
Después
de un suave descenso nos desviamos por una senda para dirigirnos al puntal de
Matamulos, con una altitud de 1274 metros.
Muy
cerca está la Cueva del Montañés, una curiosa cavidad con dos entradas naturales
que aún conserva restos de pinturas rupestres y que desde siempre ha servido como refugio para los pastores y su ganado.
Tras
inspeccionar la cueva nos asomamos por la otra entrada que da a un precipicio
sobre el embalse del Quiebrajano, rodeado de un olivar de sierra y
vigilado desde las alturas por la Cuerda de Ventisqueros.
Un buen
sitio para tomar un descanso y reponer fuerzas mientras nos embelesamos con la
presencia de un grupo de buitres que vuelan muy cerca. La
diversidad de hábitats presentes en la Sierra Sur asegura la presencia de una
importante variedad de aves que hará las delicias de los aficionados al turismo
rural en general y al turismo ornitológico en particular. Dentro del grupo de
las rapaces destacan el águila perdicera y águila real, halcón peregrino, azor,
gavilán y cernícalo.
Seguimos
la ruta hasta llegar al cerro de Matamulillos y lo hacemos
"cresteando" entre rocas y pastizales.
Llegamos al que a mi juicio es el punto más espectacular de la ruta y que bien merece un tiempo para admirar el bellísimo paisaje.
Desde
aquí las vistas hacia el pantano del Quiebrajano son sencillamente
espectaculares, con unas aguas de profundo color turquesa nada habitual en los
embalses.
Al fondo
se distingue el cerro de Pitillos, una de las grandes rutas de Jaén y de la que
hablaré en otra entrada.
Comienza
un descenso lento hacia la Cañada de las Hazadillas, por tramos que se pierden
y en los que el GPS se vuelve imprescindible.
Al fondo tenemos una buena panorámica de los Llanos de Palomares y Grajales.
Tomamos
por fin la pista de tierra que nos conduce de nuevo al área recreativa en
paralelo al arroyo Quiebrajano. Yo me quedo un poco rezagada disfrutando del
paseo otoñal con las hojas teñidas de ocre del Arce de Montpellier o Acer monspessulanum.
He
tenido la suerte de estudiar mi carrera universitaria en la ciudad de Jaén,
pero lo hice en una época en la que no tenía los medios ni el interés por
conocer su entorno natural ya que andaba más centrada en otros menesteres
propios de la edad. Con el paso de los
años he vuelto a estas tierras y ahora comprendo por qué Jaén es un paraíso interior. Un lema muy acertado, ¡hasta la próxima rutilla!
Como es costumbre dejo aquí el enlace para consultar los aspectos técnicos de la ruta:
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