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Reserva Natural de Punkaharju, primera toma de contacto con los bosques finlandeses.

Punkaharju es un municipio de Finlandia que forma parte de Savonia del Sur, una región muy próxima a la frontera con Rusia. Es un lugar especialmente boscoso que, gracias a su indiscutible belleza, se convirtió en una de las primeras zonas turísticas del país. Además está considerada una de las reservas naturales más antiguas del mundo, pues el área fue nombrada parque de propiedad de la corona en 1843. 

Uno de sus principales atractivos es la Cresta de Punkaharju, una antigua morrena que fue depositada por el movimiento de los glaciares hace miles de años y que, en este caso concreto, ha originado una insólita formación geológica denominada Esker. Se trata de una cresta larga, estrecha y sinuosa compuesta de arena y grava que se formó dentro de túneles con paredes de hielo por arroyos que fluían dentro de los glaciares y que, al derretirse, generaban que los depósitos de los arroyos permanecieran con esta forma tan peculiar. Ya en la Edad Media estas crestas que sobresalían del agua eran usadas como caminos para desplazarse y hoy en día siguen manteniendo esa misma función ya que han servido de base para la construcción de carreteras. 

A vista de pájaro es una de las imágenes más conocidas de la región de los lagos finlandeses (os animo a buscarla por internet), una estrecha línea de tierra de unos siete kilómetros de longitud que parece estar flotando entre las aguas de dos lagos diferentes, el lago Pihlajavesi y el lago Puruvesi. Sin la posibilidad aún de poder volar nos conformamos con apreciar desde la orilla este paisaje sublime. 

Durante la preparación de este viaje ya le habíamos echado el ojo a este lugar, de hecho escogimos un alojamiento concreto que se encontraba relativamente cerca, en Puumala, para poder realizar una excursión por esta zona. Desde aquí hasta Punkaharju nos separan grandes masas de agua que nos obligan a dar un rodeo en coche, en nuestro caso lo hacemos en el sentido de las agujas del reloj y así aprovechamos para visitar la localidad de Savolinna. 


Savolinna es una pequeña y tranquila ciudad finlandesa cuyo punto fuerte es la naturaleza presente a su alrededor. Los turistas que la visitan disponen de un amplio catálogo de actividades al aire libre, senderismo, piragüismo, ciclismo, etc. Es posible degustar los típicos productos locales en alguno de sus mercados o navegar a bordo de antiguos barcos de vapor, recorriendo el gran laberinto de islas y lagos de la zona. 


Su mayor punto de interés es el castillo de Olavinlinna, la fortaleza medieval que sigue en pie más al norte del planeta. Fue construida por los suecos en el siglo XV, en su afán por defender este territorio del avance del imperio ruso. Era una época convulsa en la que varias naciones del norte de Europa vivían enfrentadas por conseguir la supremacía en el mar Báltico. A lo largo de los sucesivos conflictos el castillo fue cambiando de dueños y acabó en manos rusas al término de la Gran Guerra del Norte (1700-1721). Rusia se alzó entonces como potencia mundial de primer orden, ocupando y devastando el país, y cometiendo toda clase de abusos contra la población civil que hoy se recuerdan en la historia finlandesa como <<la gran rabia>>. Tanto tiempo después nada ha cambiado.  

El castillo se asienta sobre un pequeño islote del lago Saimaa y conserva tres vistosas torres redondas de las cinco que tuvo inicialmente. Dentro hay varios museos, una capilla ortodoxa e incluso un pub irlandés. Debido a múltiples reformas ha conseguido albergar entre sus muros una inmejorable acústica, motivo por el cual el patio de armas se transforma cada año, desde 1912, en el escenario de un importante festival de ópera. 


Dejamos atrás Savolinna para hacer una incursión en alguno de los innumerables bosques de Finlandia. Y es que, después de pasar varios días en su capital, ya había ganas de disfrutar de la naturaleza en estado puro. 

El camino está salpicado de postales donde el agua y el verde de la vegetación tienen todo el protagonismo, y eso requiere dejar de lado las prisas y hacer varias paradas con el coche.


Continuamos sin saber muy bien lo que nos vamos a encontrar, de pronto nos damos cuenta que estamos atravesando la estrecha lengua de tierra, la famosa cresta de Punkaharju, a ambos lados de la carretera todo es agua y sólo una pequeña hilera de árboles nos separa de ella. Recomiendo aminorar la velocidad para disfrutar de un recorrido en coche único y, si es necesario, dar la vuelta y pasar de nuevo en sentido contrario para obtener otra perspectiva. 

Llegamos a una especie de quiosco-bar que está cerrado, junto a él hay un panel con información de senderos naturales. Algo nos invita a detenernos, tal vez haya algún bello rincón por aquí donde tomar nuestro picnic y dar un tranquilo paseo. 



Así es, justo a unos metros de donde hemos aparcado surge entre los árboles la idílica estampa de un pequeño y tranquilo embarcadero, como si alguien lo hubiera puesto ahí para nosotros.




Comemos mirando el agua nítida y disfrutando de un continuo silencio. Tras caer algunas gotas el cielo se ha despejado por completo y el sol decide brillar con fuerza, lo que propicia que el paisaje se vuelva deslumbrante. 


Es hora de andar un poco y dejarse envolver por la cálida energía del bosque.   



Aquí se encuentran los árboles más altos de todo el país, algunos ejemplares de pinos llegan a alcanzar los cuarenta metros de altura. 

La economía de Finlandia está ligada a sus bosques y a una gestión sostenible de sus recursos, muy cerca de aquí se encuentra el museo forestal más grande del mundo, el Museo Lusto.


Seguimos un sencillo camino circular mientras permitimos que la naturaleza finlandesa nos siga mostrando sus bondades. 




El mundanal ruido se desvanece junto a los interminables troncos, es el lugar ideal para olvidarse de todo. 


Un recorrido de apenas tres kilómetros es suficiente para cambiar nuestra vibración y sentirnos más conectados con lo que nos rodea. 




El slow living, o vida lenta, cobra mucho sentido en estas tierras en las que la actividad se rige por los ritmos de la naturaleza. Haciendo honor a esta filosofía de vida nos vamos a quedar un rato en esta solitaria playa, bañados por el sol de media tarde, sin hacer nada. 



Sé que éste es sólo un bosque cualquiera, uno de los muchos que cubren la superficie de Finlandia y, sin embargo, me ha cautivado por su simpleza y elegancia. Lo bueno es que esto es sólo el principio, el viaje continúa y todavía nos quedan otros muchos bosques por explorar.

Cuesta mucho despedirse de un lugar así, tan rebosante de paz, tan perfecto. Dudo que vuelva a estar aquí alguna vez pero lo que es seguro es que ya siempre formará parte de mí. 

¡Hasta la próxima rutilla!











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