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Valles Pasiegos, la comarca más rural de Cantabria.

La comarca de los Valles Pasiegos es uno de los territorios más agrestes e inaccesibles de Cantabria, de costumbres arraigadas en el tiempo, habitantes con carácter y una gastronomía local genuina. Uno de esos rincones en los que se ha mantenido durante siglos un fuerte vínculo entre naturaleza y tradición, dando lugar a un modo de vida con identidad propia. 

Esta región, delimitada entre el sur de Cantabria y el norte de la provincia de Burgos, está formada por una sucesión de valles encajados que presentan un relieve abrupto e importantes inclinaciones del terreno. Su compleja orografía ha propiciado el aislamiento de sus pobladores y unas condiciones de vida duras, ligadas desde siempre a la actividad ganadera trashumante y a la venta de productos artesanos como principal forma de sustento. 

En esta primera incursión en la comarca de los valles pasiegos tengo la impresión de estar en otra época, sobre todo cuando en medio del vasto paisaje aparecen las típicas cabañas pasiegas, tan presentes en estos valles cerrados. 

Espero volver algún día para seguir descubriendo este submundo cántabro, de momento me quedo con el recuerdo de este caluroso día en el que hemos recorrido una parte del Valle de Viaña, a través del antiguo sendero PR-S 65. He de aclarar que en el momento de realizar la ruta, en plena primavera pandémica de 2020, nos encontramos con tramos del camino un poco intransitables, debido tanto al exceso de vegetación como a la falta de mantenimiento del propio sendero. Y es que, según tengo entendido, este camino ya no está homologado, por lo que se hace indispensable preparar la excursión de antemano y llevar tecnología GPS para evitar una mala experiencia. Dicho lo cual vamos al lío.



El sendero discurre por una ladera con pendiente pronunciada y atraviesa un frondoso robledal con zonas de pastizales y campo abierto. Hay que tener precaución ya que la explosión primaveral oculta parte del camino y puede provocar una simpática caída. Doy fe de ello. 




El valle nos envuelve desde el principio, con sus intensos colores, los ruidos de pequeños insectos y ese aroma natural a campo de toda la vida. Andamos con la mirada puesta en el suelo para no perder de vista la vereda y, al mirar al horizonte, se dejan entrever algunas solitarias cabañas, desperdigadas sin ton ni son por los verdes prados.  



La frondosidad del bosque aumenta según nos acercamos al arroyo Bustalvain y en un día tan cálido como hoy se agradece esta sensación de frescor.   



Descendemos con cuidado en busca del primero de los saltos de agua, cascadas de pequeño tamaño que ofrecen un ambiente mágico gracias a la buena conservación de los hábitats de ribera.




El sonido del agua nos guía hasta la siguiente cascada y, entre exuberantes plantas que recuerdan a una selva, surge esta bella poza de agua gélida y cristalina.


Después de un mini chapuzón reanudamos la marcha por las profundidades del valle, descubriendo unos cuantos rincones con encanto.







Junto al cauce del arroyo saboreamos deliciosos instantes de paz. Después toca ponerse serios y emprender la subida por la ladera de enfrente, en dirección al cabañal del Cuadro.  


La elevada pendiente nos obliga a tomarlo con calma, buscando paradas para disfrutar de las vistas que se abren ante nosotros.  





Transitamos los mismos caminos que antaño recorrían los pasiegos en soledad, en busca de los mejores pastos para su ganado. Después de comprobar la dureza del terreno, estoy segura que esta gente no necesitaba recurrir a un gimnasio para estar en forma, y mucho menos a un servicio de atención psicológica para rebajar los niveles de estrés.  

El sendero está lleno de contenido ya que pasa junto a elementos etnográficos de gran valor, no sólo me refiero a las cabañas sino a otros componentes que contribuyen a embellecer el ambiente, como antiguas sendas, puentes de piedra, cercados o muros. Es un lujo examinar de cerca lo que queda en pie de la tradicional arquitectura pasiega, un legado cultural abocado a la desaparición en las próximas generaciones.  




La cabaña pasiega es una mezcla de vivienda, establo y pajar, ideal para cubrir la necesidad de refugio durante <<la muda>>, un sistema de explotación ganadera en el que se alternan las zonas bajas de los valles con las altas praderas, según la época del año. 

Estas construcciones se levantaban con los materiales que había en la zona, como rocas calizas y pizarra, y por lo general se dividían en dos plantas, la primera era para el ganado y la segunda para las familias. El aspecto que presentan es sencillo y a la vez robusto, pero sin duda lo espectacular no está dentro sino en el entorno sobre el que se asientan. 

Seguimos ascendiendo por el cabañal y desde arriba es más fácil visualizar la complejidad geográfica de este conjunto de valles. Todo un paraíso para el amante de lo rural. 



A partir de aquí la ruta se torna muy complicada. Como ya he explicado este viejo sendero se encuentra en desuso y carece de una buena señalización, incluso en ocasiones el camino desaparece y nos vemos obligados a andar por campo a través o saltar alguna valla con más o menos dificultad. Un auténtico despropósito que acaba pasando factura a nuestro estado de ánimo, por ello recomiendo explorar una alternativa más viable para evitar esta parte final, o bien hacer un sencillo recorrido lineal hasta las cascadas.

Eso sí, de vuelta al inicio de sendero, cuando las fuerzas flaquean, nos encontramos con una refrescante sorpresa: una poza junto a la carretera, completamente desierta. Un buen regalo para aliviar el sofocante tramo final.  

¡Hasta la próxima rutilla!


Información técnica de la ruta y descarga del mapa aquí.



 

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