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Las Tinas y la Península de Pechón, paisajes de ensueño en la tierra infinita.

En la parte más occidental de la costa cántabra, oculto por una tupida vegetación, se halla un rincón paradisíaco: la Península de Pechón. Es el último trozo de tierra que encontramos a mano derecha si nos desplazamos por la autovía desde Cantabria en dirección a Asturias. Un lugar que contiene frondosos bosques, agrestes acantilados y playas casi vírgenes que por el momento se mantiene apartado del turismo de masas. Y esperemos que siga siendo así.

La península se encuentra delimitada por las desembocaduras de dos ríos que nacen en las estribaciones de los Picos de Europa y que mueren en el mar Cantábrico: el Deva y el Nansa. El tramo final en el que estos cauces fluviales se fusionan con el agua salada del mar conforma dos estuarios, uno a cada lado de la península, que se conocen como la Ría de Tina Mayor y la Ría de Tina MenorEl conjunto formado por las dos rías y la península de Pechón es uno de los entornos naturales más sorprendentes de Cantabria y a la vez más desconocidos, lo que lo convierten en el destino ideal para los amantes de la soledad. 

Hoy vamos a conocer otro pedazo de esta tierra infinita mientras caminamos por su elegante litoral, a través de una pequeña ruta circular que parte desde la localidad de Pechón. Al poco de abandonar la autovía para dirigirnos a este recóndito pueblo ya se intuye que nos acercamos a un paraje inusual, tanto por el poco tráfico de la carretera como por la exuberante vegetación que nos envuelve de repente. Tras aparcar en el mismo pueblo empezamos a andar por un camino llanín (como dicen aquí) que nos lleva entre verdes prados dedicados al aprovechamiento ganadero. 

Después de rodear algunos vallados y pisar mucho barro llegamos a la ría de Tina Menor, o desembocadura del río Nansa. Entre los arbustos hay una vista privilegiada de acantilados cubiertos de bosque que se precipitan sobre un agua color turquesa. 

Desde aquí tomamos ahora dirección oeste y continuamos un trayecto de máxima tranquilidad, con el mar siempre de fondo. A la altura del municipio de Pechón nos asomamos a un mirador situado encima de un acantilado, entre las playas de AmióAramal, consideradas como las dos playas oficiales del pueblo. Fantásticas vistas de la playa de Amió con su particular islote pedregoso, a ella volveremos más tarde. 

Hacia el otro lado se intuye a lo lejos la playa de Aramal, una playa que sólo existe durante la marea baja y cuyo acceso se realiza por un camino de cabras.

Nos alejamos de nuevo del pueblo para continuar bordeando la península. Hay algún tramo de carretera necesario para rodear las fincas privadas, pero qué importa con unas vistas tan bucólicas.  

Enseguida retomamos el contacto con una pista de tierra, encontrándonos con el mar una y otra vez.  

Y vuelta al interior para adentrarnos en un pequeño bosque. No sé si es por su situación geográfica pero el caso es que la península de Pechón cuenta con un microclima particular, el cual destaca por una alta concentración de humedad que favorece el cultivo de frutas tropicales.

Rodeamos el camping Las Arenas para llegar a la playa del mismo nombre, una pequeña cala de piedra escondida entre los recodos del acantilado. 

Cerramos el círculo al dirigirnos de nuevo a Pechón. Ahora entramos por la parte alta del pueblo, lo que nos permite conocer en detalle sus callejas y casonas con jardines repletos de flores. Se respira una energía apacible en cada rincón, calidad de vida para un posible retiro o jubilación. Ahí lo dejo caer... 😁



Con la ruta terminada y la tarde libre por delante nos disponemos a resetear el cuerpo en la playa de Amió, que se encuentra a menos de un kilómetro del pueblo. La pasarela que conduce hasta la arena supone un pequeño paseo que nos va desvelando el encanto de esta tranquila playa. 

Hemos tenido la previsión de preparar el almuerzo, lo que nos da toda la libertad para acoplarnos en cualquier sitio. Y encima el día de hoy acompaña para un chapuzón, no conozco una mejor forma de terminar una ruta de senderismo. 

Durante la siesta la marea baja nos permite explorar cada recoveco de la playa. En uno de los laterales destaca un peñasco con forma de torre, cuyo telón de fondo son varios acantilados teñidos de un verde muy intenso. No es fácil determinar cuál es la mejor playa de la cornisa cantábrica, pero ésta podría estar dentro de la lista. 



El principal atractivo de esta playa es la lengua de arena o tómbolo que, durante la bajamar, une la costa con un islote llamado Lastras de Pechón. Durante varias horas al día el mar se desliza hacia los laterales y emerge un pasillo de arena que nos permite alcanzar el islote mediante un corto paseo. 






Aún quedan horas de luz para una nueva parada, así que nos trasladamos en coche hacia el último objetivo del día: la Ría de Tina Mayor o desembocadura del río Deva. ¡Uno de los paisajes más increíbles de Cantabria!

Desde el mismo restaurante del camping Las Arenas se observa a la perfección los montes salvajes separados por las aguas turquesas del río Deva. Aunque no sea necesario bajar hasta la orilla recomiendo hacerlo para tener una mayor perspectiva del lugar. Sólo hay que tener en cuenta que se trata de una mini ruta por un sendero con mucha pendiente, pero desde luego merece la pena.

El camino desciende por un bosque con helechos hasta la solitaria Playa del PedreruEstamos justo en la frontera natural que separa la Comunidad de Cantabria del Principado de Asturias, un panorama salvaje y cautivador.




Se hace inevitable otro chapuzón, pero he de advertir que no hay vigilancia y que justo en este punto el cauce del río conlleva unas fuertes corrientes al unirse con el mar, por lo que no recomiendo adentrarse donde no se vea el fondo. Después del baño a disfrutar de las vistas. Y así, sentada en la orilla cántabra mientras contemplo en frente la orilla asturiana, empiezo a comprender que la tierra infinita no termina nunca. 

¡Hasta la próxima rutilla!


Más información técnica de la ruta y descarga del mapa aquí.





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