Las
zonas desérticas de Perú abarcan gran parte de su litoral, desde la ciudad de
Tumbes en el norte hasta la frontera con Chile en el sur. Una estrecha franja
delimitada por el océano Pacífico y las estribaciones de los Andes, que se
caracteriza por un clima subtropical muy árido y una escasa
vegetación. Uno de los puntos más secos y paradójicamente de mayor
biodiversidad es la Reserva Nacional de Paracas, una península situada a 260 kilómetros al
sur de Lima, en cuyas costas se concentran más de 1500 especies de
animales entre aves, peces, mamíferos y reptiles. Con sus 335.000 hectáreas
está considerada como una de las mayores Áreas Naturales Protegidas del
Perú, aunque lo curioso es que sólo el 35% es visible ya que el resto se
encuentra bajo el mar. La responsable de que estas aguas contengan tanta vida
es la corriente de Humboldt o corriente peruana, una corriente oceánica
fría presente en la región oriental del Pacífico que se desplaza desde las
costas de Chile hacia las costas de Perú y Ecuador. El movimiento de rotación
de la Tierra combinado con la fuerza centrífuga del océano provoca que las
aguas profundas ricas en plancton suban a la superficie, proporcionando
nutrientes a una gran cantidad de animales marinos.
La
Reserva Nacional de Paracas es uno de los humedales más significativos del
mundo, reconocido desde 1992 como sitio RAMSAR. Ante la necesidad de proteger este tesoro ambiental, en 1975 se creó esta reserva y desde entonces se ha construido el equipamiento
necesario para atraer visitantes y promover un desarrollo sostenible para
generar prosperidad a sus habitantes. Con tanto potencial no es de extrañar que
en los últimos años se haya convertido en uno de los principales destinos
turísticos del país. Su oferta de actividades al aire libre y de observación de
fauna silvestre son un buen reclamo, sin olvidarnos de su riqueza paisajística
en forma de islotes, formaciones rocosas, dunas, playas vírgenes y
abruptos acantilados. Estampas salvajes fruto de la unión entre el desierto
y el mar.
Salimos
de la capital peruana antes del amanecer y ponemos rumbo a lo desconocido por
la mítica autopista Panamericana, en dirección sur. Después de El Cairo en
Egipto, Lima es la segunda ciudad más grande del mundo construida en un
desierto, algo de lo que no me había percatado hasta salir de ella. Desde el
autobús se percibe un panorama muy desolador, humildes poblaciones se suceden
en mitad de la nada mientras nos vamos aproximando al paraíso de las Islas Ballestas. La expectación es máxima ante nuestra primera excursión de
naturaleza, se trata de una ruta en barco alrededor de unos islotes en la
península de Paracas, los cuales están habitados sólo por animales, muchos
animales: focas, leones marinos, pingüinos y un sinfín de aves. Pero media hora
antes de llegar sucede algo que por desgracia es habitual en este destino,
nuestro guía informa que hoy es imposible hacer la actividad debido a unas
condiciones meteorológicas peligrosas para la navegación. Había muchas ganas de
realizar un avistamiento de fauna en las Islas Ballestas, conocidas como las
"Islas Galápagos de los pobres", pero también es cierto que la
seguridad debe ir siempre por delante, así pues nos quedamos en tierra y a
salvo. Tras el chasco inicial pronto recobramos la ilusión con una propuesta
alternativa: un tour por las playas más inhóspitas de la Reserva Nacional de
Paracas. Y yo encantada. Ya había leído mucho acerca de este lugar y si no lo
había incluido en la agenda era por falta de tiempo, no por falta de ganas. Y
mira por dónde, gracias a un imprevisto de la vida ahora iba a cumplir el sueño
de fotografiar estos paisajes desérticos.
Llegamos
a la localidad de Paracas, capital de distrito dentro de la provincia de
Pisco, en la región de Ica. El auge del turismo ha situado en el mapa a
esta pequeña ciudad de la costa peruana que, al ser la puerta de entrada a
la reserva natural, se ha convertido en parada obligatoria para los extranjeros
ávidos de aventura. Deambulamos por sus calles vacías antes de realizar
nuestro tour, aún es temprano y ni siquiera los puestos de souvenirs están
abiertos.
El
término Paracas procede de la lengua Quechua y
significa "lluvia de arena", un fenómeno habitual que se da cuando el
viento sopla muy fuerte en el desierto. Por suerte hoy nos acompaña una buena
temperatura y un ambiente agradable para pasear. La zona de mayor encanto
se encuentra en el Malecón de El Chaco, un extenso paseo marítimo repleto de
bares y terrazas en el que los pescadores se mezclan con los turistas. Junto a
la orilla destacan las embarcaciones de colores y al final de la playa está el
puerto pesquero, desde el cual parten todas las excursiones a las Islas
Ballestas y otros islotes menos conocidos.
Este
lugar fue testigo en el siglo XIX de un hecho histórico conmemorado por el
pueblo peruano: el desembarco del general José de San Martín, uno de los
episodios clave por el que Sudamérica comenzaba su liberación del yugo
español.
De la
nada aparece un grupo de pelícanos buscando comida sobre la playa de arena
oscura. No deja de asombrarme la naturalidad con la que se pasean delante de mí
estos bichos tan vistosos, y es que éste también es su hábitat.
Nos
ponemos en marcha hacia la reserva y una vez pasado el control de los guardas
empieza a revelarse la magnitud de este vasto territorio. Una llanura vacía se
despliega a un lado y otro de la carretera, hasta que nos aproximamos al mar y
todo cambia.
Ante
unas condiciones tan extremas cuesta imaginar cómo sería la vida de
aquellos primeros habitantes del desierto, la Cultura Paracas, asentada aquí desde el 700 a.C. hasta el 200 d.C. y
considerada como la antecesora de la Cultura Nazca.
Esta
antigua civilización fue descubierta en los años veinte gracias a las
excavaciones del antropólogo y cirujano Julio César Tello Rojas, conocido como
el padre de la arqueología peruana. En diferentes localizaciones de la
península de Paracas fueron apareciendo numerosos enterramientos con momias
envueltas en pieles de animales, así como ciudades
subterráneas, utensilios de caza, objetos de cerámica y hasta joyas de
oro. Se sabe que fue una sociedad compleja que alcanzó un gran domino de la
producción textil. De hecho, uno de sus mayores legados son los Mantos de Paracas, tejidos confeccionados con algodón y lana de
camélidos, en colores vivos y con sofisticados diseños, que representan
imágenes de chamanes, animales sobrenaturales y espíritus. Al parecer eran
usados en vida y después también formaban parte de su ajuar funerario, por
ello se han conservado en perfecto estado más de dos mil años. Las muestras de
tejidos bordados se exhiben tanto en el Museo Británico de Londres como en el
Museo Regional de Ica, donde también se pueden observar unas cuantas momias y
curiosos cráneos alargados. Esta práctica consistía en deformar el cráneo
mediante la presión de la cabeza del niño con placas de madera, método
aplicado desde el primer mes de vida hasta los dos años de edad. Se cree
que era un ritual de distinción social y liderazgo, lo que demostraría una vez
más que la estupidez humana es un rasgo muy antiguo.
Además
de su talento textil la Cultura Paracas destacó por su destreza en la
agricultura, la caza y la pesca, creando un estrecho vínculo con el medio
que habitaba. Pese a las duras condiciones del clima el abastecimiento de
aquellos primeros peruanos estaba garantizado, al fin y al cabo estaban
asentados junto a uno de los ecosistemas marinos más ricos del planeta.
Una de
las localizaciones más espectaculares dentro de la reserva es la Playa
de Supay, una playa salvaje de arena negra que está custodiada por enormes
acantilados de color dorado. Esta playa abierta al océano presenta un
fuerte oleaje que ya se ha llevado por delante a muchas personas, por eso no se
recomienda el baño. Es más prudente observarla en la distancia y respetar el
hábitat de las innumerables aves que la sobrevuelan.
A lo
largo de la costa se pueden apreciar originales formaciones rocosas esculpidas
por la acción del viento y el agua. Una de las más fotografiadas era la
conocida "catedral", por su particular aspecto cóncavo y columnas. Y
digo era, porque en 2007 un fuerte terremoto de magnitud 8 sacudió las costas
del centro de Perú llevándose por delante la catedral y otras rocas, así como
infraestructuras que proporcionaban servicios básicos a la población. Desde
entonces esto es lo que ha quedado.
La Playa Roja es otra de las rarezas que
podemos encontrar en esta gran península. Su curioso tono rojizo procede de una
roca ígnea fruto de antiguas erupciones volcánicas que, al descomponerse,
produce una arcilla roja. El contraste ocasionado por el color de la arena y el
azul verdoso del mar es un espectáculo único.
Bajo
estas aguas se esconde un universo de bosques marinos y praderas de algas que
benefician a peces, crustáceos y moluscos, por eso es una de las áreas
pesqueras más productivas del mundo. La subida de la temperatura de los océanos
lleva años poniendo en peligro esta despensa natural y, por ende, el
equilibrio de la cadena alimenticia. No sabemos qué pasará en el futuro, por si
acaso agradezcamos todo lo que tenemos ahora... Y hablando de comida, no podía
irme de Paracas sin degustar alguno de los abundantes y frescos pescados que se
ofertan en su paseo marítimo.
¡Qué aproveche! Hasta la próxima rutilla.
Comentarios
Publicar un comentario