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Pico Banderillas por el Tranco del Perro, una travesía épica.

He aquí la crónica de nuestra subida al Pico Banderillas, el punto más alto de la Sierra de Segura, en la provincia de Jaén. Una travesía épica porque, más allá de las dificultades propias de un recorrido de larga distancia y técnicamente exigente, hemos tenido que soportar una sofocante ola de calor con la que no contábamos y que ha complicado un poco más el reto. Lo bueno es que he sobrevivido para contarlo y ahora, un par de años después de la hazaña, puedo decir que recuerdo con cariño aquellos dos días interminables por el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas. Al fin y al cabo hemos podido recorrer otros enclaves diferentes a los ya conocidos y disfrutar de nuevos horizontes. De no ser por aquel lejano sufrimiento no guardaría hoy el recuerdo de estos paisajes únicos.

La noche previa al trekking la pasamos en el camping "La Chopera" de Coto Ríos, con la intención de madrugar y aprovechar al máximo las horas de luz. Por delante nos aguardan 35 kilómetros a realizar en dos días, en principio algo muy llevadero.

Tras un potente desayuno, nos dirigimos al aparcamiento del Centro de Visitantes "Río Borosa", donde da comienzo una de las rutas más emblemáticas del parque natural: el Sendero del Río Borosa y la Cerrada de Elías. Antiguamente se podía aparcar en cualquier sitio, pero la creciente popularidad de este sendero ha hecho que ahora tengamos que pasar por caja (2,40€ el día).

Al principio compartimos unos pocos metros con la clásica ruta del Borosa, pero en breve tomamos un empinado sendero que surge a la izquierda y que no está señalizado: el antiguo PR-A 192. A partir de aquí nos esperan 14 kilómetros de ascenso ininterrumpido hasta la cumbre del Banderillas. ¡Ánimo! 

Al tomar este desvío dejamos atrás la sociedad humana y nos entregamos en cuerpo y alma a la más completa soledad. Durante las próximas 48 horas permanecemos en modo "supervivencia", sin nada ni nadie más que nosotros, nuestras escasas pertenencias y las montañas que nos rodean. 



El recorrido atraviesa el antiguo poblado de Los Villares, una de esas pequeñas aldeas que fueron destruidas por el régimen franquista para implantar la reserva nacional de caza (predecesora del actual parque natural). Los habitantes de ésta y otras cortijadas de la zona fueron forzados a abandonar sus casas para establecerse en Coto Ríos, una pedanía de protección oficial construida en los años 50 por el Instituto Nacional de Colonización. Un ejemplo más de tantas poblaciones que desaparecieron del mapa durante aquella época oscura de España, y que ahora yacen olvidadas por estas sierras.



Al empezar vamos con las pilas bien cargadas, pero la ola de calor que ha llegado hoy a España comienza a dejarse sentir con contundencia desde primera hora de la mañana. Eso nos lleva a consumir nuestras reservas hídricas antes de la cuenta y, según avanza el día, la aventura empieza a convertirse en un suplicio. 😩

Es hora de buscar agua para potabilizar, pues hemos de resistir el resto de la jornada, la noche que tenemos por delante y todo el día siguiente. Sin embargo, las altas temperaturas han secado todos los arroyos a nuestro paso y el ansiado líquido no aparece por ninguna parte. El optimismo inicial va dando paso a una angustia progresiva, seguida de inevitables pensamientos catastrofistas. Esta desagradable sensación de incertidumbre nos acompaña durante un buen rato hasta que, en mitad del bosque, se atisba una fina tubería negra que desciende ladera abajo y que parece llevar agua hacia alguna parte. El material de la tubería es flexible y, afortunadamente, llevamos una navaja y cinta aislante en la mochila. Dadas las circunstancias y sin saber lo que tardaremos en encontrar otra oportunidad, nos ponemos manos a la obra a realizar pequeños cortes en la goma hasta que el agua empieza a fluir milagrosamente. ¡Estamos salvados! Una vez hemos llenado todos nuestros botes reparamos con cuidado la tubería y damos gracias a la Vida por esta inesperada solución, poco ortodoxa pero eficiente.


Continuamos el ascenso rebosantes de agua y esperanza. Una vez superada la situación crítica es fácil regocijarse con el paisaje que nos rodea. A lo lejos impresionan los Cintos de los Frailes, una gran mole rocosa por la que tenemos previsto realizar el descenso del día siguiente. 




Tras una extenuante pendiente alcanzamos el Collado de Roblehondo, localización que separa los valles de los ríos Borosa y Aguasmulas. Aquí realizamos la parada necesaria para reponer fuerzas antes de enfrentarnos a la parte más dura de la ruta. Un almuerzo aderezado con el vuelo del Quebrantahuesos a escasos metros. 



A continuación afrontamos la subida por el Tranco del Perro, un paso artificial construido a mediados del siglo pasado para comunicar los bajos valles del Guadalquivir con las altas cumbres de las Banderillas y los campos de Hernán Pelea. Es un tramo vertiginoso a través de unos muros de piedra levantados en zig zag. ¡Allá vamos!




Tal vez la hora de la siesta en plena ola de calor no sea el momento más idóneo para acometer este delicado paso, pero es lo que hay. A estas alturas del recorrido regresar sobre nuestros pasos no es una opción y sólo queda seguir adelante. Según vamos saliendo del Tranco del Perro nos sentimos victoriosos, ya queda menos padecimiento. 



El esfuerzo es recompensado con creces al descubrir una remota surgencia de agua que esta vez no está seca, he aquí el último punto para recargar los botes y encarar lo que queda de ruta. Se trata de una fuente ancestral, ubicada en los Cintos de las Banderillas y conocida bajo el nombre de Tornajo del Cenajo de los Robles. Los tornajos eran antiguos abrevaderos serranos, fabricados a base de troncos ahuecados que solían extraerse de los pinos de alrededor. Con las duras condiciones del día esta escena me parece un espejismo.

Después de empaparnos bien de agua y agradecer este regalo, continuamos montaña arriba. De ahora en adelante no hay ni una mísera sombra en la que resguardarse del bochorno, ya que el bosque hace rato que quedó atrás. Sólo algunos pinos laricios desperdigados nos brindan momentáneamente su refugio, en un camino que parece inacabable.  

Llegamos por fin a la Cuerda de las Banderillas y nos desplazamos por ella mientras vamos apurando los últimos kilómetros. Ya se divisa a lo lejos nuestro objetivo. 


A nuestra derecha se extienden los singulares Campos de Hernán Pelea, el mayor altiplano de la Península Ibérica. Se trata de un terreno cárstico de unas 15.000 hectáreas y una altitud media entre 1600 y 1700 metros, conformado por dolinas, lapiaces y poljés. Visto desde arriba, este paisaje habitado sólo por vegetación arbustiva se percibe como una llanura interminable. ¡La nada más absoluta!

Unos pasos más y ya estamos en la Peña Palomera, el cerro en el que se ubican el refugio del Banderillas y la caseta de los guardas forestales.  


Nuestra intención es dormir en este "hotelito", pero al entrar en el refugio la decepción es máxima. Las condiciones en las que se encuentra dejan mucho que desear y por más vueltas que le damos no hay forma de pasar la noche ahí dentro, no sólo por su estado ruinoso sino por los restos de basura e incluso mal olor. 

Pero lo más indignante es que la caseta de los guardas, bien acondicionada y a escasos metros del refugio, permanece cerrada a cal y canto. Una situación lamentable para aquellos montañistas que, al igual que nosotros, llegan agotados y necesitan un techo donde pernoctar. Menos mal que vamos bien equipados para la ocasión y que el clima acompaña para dormir a la intemperie... Al final la ola de calor va a jugar a nuestro favor. 😅




Nos hemos quedado a escaso medio kilómetro del Pico Banderillas, pero ante el cansancio y la falta de luz solar, decidimos hacer cumbre al día siguiente. Ya sí nos podemos relajar. ¿Hay un plan mejor que quitarse las botas y contemplar la increíble puesta de sol?




En el horizonte se despide un sol endeble que ya no es capaz de achicharrar a nadie, el punto y final de una jornada intensa. ¿A alguien le apetece un vinito y un poco de queso? A mí sí.


Casi sin pegar ojo por los continuos ruidos de la noche, retomamos la marcha y hacemos cumbre bajo la resplandeciente luz del alba.



Estamos viendo amanecer desde lo alto de las características formaciones rocosas de las Banderillas, algo que no tiene precio (sólo esfuerzo jeje). Una posición privilegiada a 1993 metros de altitud que nos permite atisbar gran parte del parque natural. A lo lejos se distingue la silueta de El Yelmo, abajo destaca el embalse de El Tranco y en frente la solitaria Sierra de Las Villas. 



Emprendemos el regreso a casa bien temprano, no hay tiempo que perder teniendo en cuenta que el plato del día son 20 kilómetros con bastante desnivel y cierta fatiga acumulada.


El descenso nos lleva de nuevo por la Cuerda del Banderillas hasta la la zona de los cintos. Hacemos la correspondiente recarga de agua en nuestra fuente de confianza. 😉



A partir de este punto entramos de lleno en los Cintos de los Frailes, lo que nos permite descubrir algunos de los paisajes más inhóspitos de estas sierras. 

Insólitas formaciones rocosas se van sucediendo, como por ejemplo el Puntal de las Cabras. 

Me equivocaba al pensar que la bajada sería más fácil. El potente desnivel de la Cuesta del Picachal, sumado a un terreno inestable de piedras sueltas, hacen de éste un tramo fastidioso para las rodillas. La sensación de agotamiento es mitigada por las vistas y por algunas sombras que empiezan a cruzarse en nuestro camino. 


Después de pasar por un bosque de boj, con momentos en los que es necesario agacharse, cruzamos ahora el Cinto de las Higueras. Por aquí hay vistas áreas del sendero del río Borosa, con algunos pasos delicados donde es mejor no asomarse al vacío.


Continuamos descendiendo hasta llegar a la acequia que comunica el embalse de Aguas Negras con la central hidroeléctrica. ¡Ya estamos de vuelta en la civilización!

Atravesamos los túneles del Borosa junto a otras personas humanas. Aún quedan muchos kilómetros para terminar, pero es una alegría saber que lo más duro ya ha quedado atrás. 


A la salida de los túneles excavados en la roca nos espera una bajada muy pronunciada hasta la cascada conocida como Salto de los Órganos.  

Y también nos aguarda un pequeño zorro que por desgracia ha dejado de temer la presencia del ser humano. Es una escena cada vez más habitual encontrar fauna salvaje en los caminos más transitados del parque natural. Quisiera recordar que nuestro alimento no es apto para su sistema digestivo, por no hablar de la alteración de su conducta que, a la larga, acaba convirtiendo a estos animales en seres vulnerables y dependientes. ¿Qué tal si dejamos la naturaleza en paz? 


Entramos en el sendero del río Borosa y ya no hay ninguna pérdida hasta el coche. El haber realizado esta ruta en tantas ocasiones hace que no le preste demasiada atención al paisaje, pese a la indiscutible belleza de sus cascadas y cortados. 

Por ello y por tantas horas seguidas de caminata, ésta es la parte más tediosa de toda la travesía. Al menos contamos con agua fresca por doquier, algo maravilloso después de las penalidades vividas. Desde la fuente de la central hidroeléctrica sólo restan 9 kilómetros hasta la meta. 

Me emociona llegar a la mítica Cerrada de Elías, una de las excursiones más famosas de toda la Sierra de Cazorla. Y no es para menos, este sendero de madera construido sobre el cauce del río Borosa hace las delicias de grandes y pequeños. 


Finalizo exhausta una de las travesías más duras de mi vida, que no es que hayan sido muchas pero ya llevo unas cuantas a las espaldas. El premio no puede ser otro que una trucha a la brasa y un chapuzón en cualquier charco del Guadalquivir. 

Gracias por llegar conmigo hasta aquí. ¡Hasta la próxima rutilla!


Más información técnica de la ruta y descarga del mapa aquí.




 




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