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Sendero de El Pijaral, el "Bosque Encantado" de Tenerife.

Es innegable que Tenerife está asociada a la imagen de turismo de masas que busca sol, fiesta y relax. Tal era mi caso hasta que por fin he ido y he comprobado con mis propios ojos que la mayor de las Islas Canarias tiene mucho más que ofrecer aparte de un agradable clima, una buenísima gastronomía o sus famosos carnavales. Resulta que además de playas de ensueño también alberga desiertos, montañas, volcanes y muchos bosques. En definitiva un plus para los amantes de la naturaleza y el turismo activo. 

Una de sus mayores joyas naturales es el conocido como Pijaral o "Bosque Encantado", localizado al noroeste de la isla. Concretamente, se ubica en el corazón del macizo de la Anaga, que es la  parte más antigua y mejor conservada de Tenerife. El camino hasta llegar aquí es sorprendente porque se aleja de los típicos paisajes desérticos y nos introduce en una zona húmeda de abundante vegetación. Es un área de especial sensibilidad ambiental que está protegida mediante la figura de Parque Rural de Anaga. A lo largo de un recorrido circular de seis kilómetros disfrutaremos de uno de los bosques de laurisilva mejor conservados del archipiélago de las Canarias. Un paraíso perdido y en peligro de extinción que se ha convertido para mí en uno de los rincones con mayor encanto de Tenerife. 

El sendero se encuentra dentro de la Reserva Natural Integral de El Pijaral, un área natural protegida de unas 300 hectáreas que alberga especies animales y vegetales únicas en el mundo. Es por eso que la ruta tiene el acceso restringido a tan sólo 45 personas al día, siendo imprescindible solicitar una autorización previa (a través de alguna de las páginas de senderos oficiales) o bien arriesgarse a pagar una multa de 600€. Hay que tener en cuenta que la reserva es sólo para personas particulares o grupos privados que no superen las 5 personas. Cada lunes a las 7:00 de la mañana se liberan las plazas para la siguiente semana, siendo imposible reservar con más de 14 días de antelación. Nosotros íbamos con nuestro permiso impreso por si acaso, pero lo cierto es que nadie nos lo pidió. 

Siguiendo la carretera TF-123 casi hasta el final llegamos a una zona conocida como La Ensillada, donde es posible aparcar. Aquí comienza un exclusivo camino que desde el primer momento nos introduce en un universo paralelo de frondosa vegetación. 




De golpe y porrazo somos engullidos por un bosque mágico que parece recibirnos con los brazos abiertos. Se hace el silencio y tengo la sensación de entrar en un lugar sagrado.  

La ruta transcurre por una senda estrecha que va subiendo y bajando entre la espesura del bosque. La humedad propia de este microclima se palpa en el ambiente y provoca que todo el camino esté muy embarrado, por lo que no es recomendable ir con chanclas sino con un calzado adecuado para evitar resbalones. Yendo despacio la excursión no tiene mayor complicación.  

Antes de llegar a Tenerife habíamos pasado unos días recorriendo el Parque Nacional de Garajonay, en la isla de La Gomera, y creíamos que ya lo habíamos visto todo en lo que a laurisilva se refiere. Pero nada más lejos de la realidad, aún nos aguardaba otra sorpresa bien escondida, un retazo diferente de estos bosques milenarios.  

La formación de los bosques de laurisilva se remonta al comienzo de la Era Terciaria o Cenozoica, hace unos 66 millones de años. En la antigüedad este tipo de bosque cubría gran parte de Europa y el Mediterráneo pero hoy en día sólo quedan algunos reductos, principalmente en algunas regiones de las islas macaronésicas (Canarias, Azores y Madeira). La influencia de los vientos alisios y el clima tan particular de estas islas propicia la aparición de una flora rica y diversa. Abundan laureles, brezos, sauces, tejos, acebiños, además de una gran variedad de hongos, líquenes y musgos que cubren cada tronco y cada roca en el camino.

Pero si hay algo característico de este lugar y que lo hace único es la curiosa forma que adoptan los árboles. A cada paso sorprende cómo los troncos y las ramas se retuercen hasta límites insospechados, llegando a quedarse en una llamativa posición horizontal. Como si de una obra premeditada se tratase los árboles quedan entrelazados unos con otros para siempre, creciendo y respirando juntos. Y gracias a la espesa niebla el conjunto cobra un aspecto tenebroso propio de un bosque "encantado".  

Pasado un rato aparece una bifurcación que normalmente se toma a la izquierda, pero que nosotros decidimos hacer en el sentido contrario a las agujas del reloj para ir en soledad. Durante el recorrido no sólo llaman la atención los árboles, los helechos gigantes merecen un capítulo aparte. Estamos ante una planta rara que se conoce como Píjara o penco labrado (Woodwardia radicans) y es uno de los helechos de mayor tamaño de la Península Ibérica, pues llega hasta los tres metros de longitud. En los enclaves húmedos y templados como las Canarias se propaga llegando tapizar grandes extensiones de bosque.   

Salimos de la senda y la excursión continúa ahora por un camino ancho que desciende cómodamente.   



Alcanzamos el mirador de Cabeza del Tejo, donde se supone que hay unas impresionantes vistas de la costa y los acantilados. Sin embargo, la habitual niebla que todo lo impregna no permite ver nada más allá. Momento de recreo con la presencia de unos pinzones muy juguetones que se posan en las barandillas esperando alguna migaja de comida. 


Y desde aquí toca subir lo bajado, tomando de nuevo el estrecho y embarrado sendero que atraviesa el bosque de los árboles torcidos. No hay un rincón feo en la ruta, así que mires donde mires el espectáculo está servido. 



Tras finalizar y quitarnos toneladas de barro nos vamos parando en los miradores que hay por la carretera. Con la niebla levantada ahora sí podemos apreciar el entorno salvaje que rodea a estos espesos bosques.  





Después de almorzar apetece un baño y buscando en el mapa playas cercanas hemos dado con la pequeña localidad costera de Bajamar, perteneciente al municipio de San Cristóbal de la Laguna. No sabemos gran cosa de este lugar pero al ver que cuenta con una piscina natural no hay mucho que pensar. Al llegar comprobamos que junto al pequeño faro hay dos zonas idílicas para el baño, a un lado una acogedora cala y a otro una enorme piscina natural bien acondicionada. El complemento perfecto después del baño de bosque. 😉




¡Hasta la próxima rutilla!


Más información técnica de la ruta y descarga del mapa aquí.



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