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Edimburgo, la bella capital escocesa.

Edimburgo es una de las capitales europeas más bonitas que he visitado. Su fama está más que justificada por la considerable cantidad de edificios históricos que conserva y, sobre todo, por un gran ambiente cultural que incluye algunos de los festivales literarios y musicales más importantes del mundo. Es la puerta de entrada para visitar un país del que es fácil enamorarse, el punto de partida perfecto de nuestro road trip escocés, sin duda uno de los mejores viajes de mi vida. 

17 de septiembre de 2016. Tras un vuelo nocturno de Málaga a Glasgow, algo tortuoso para mí debido a un problemilla gastro intestinal, llego fatigada a Escocia a primera hora de la mañana. En la estación central de Glasgow tomamos un tren que en poco más de una hora nos lleva a Edimburgo. El atractivo de la ciudad salta a la vista nada más salir de la estación de tren, aunque mi prioridad en esos momentos es llegar al alojamiento y recomponerme. Por delante aún tenemos dos días enteros antes de trasponer hacia las legendarias Tierras Altas o Highlands

En la dirección señalada nos espera Chris, el amable anfitrión que nos cede para estos días una habitación de su casa, es nuestra primera vez compartiendo vivienda con un completo desconocido pero no será la última. Después de una siesta kilométrica me despierto como nueva y ahora sí estamos preparados para sumergirnos en la magia de Edimburgo. 

La ciudad está situada en la costa este de Escocia, a orillas del fiordo del río Forth. Su historia se remonta muchos siglos atrás, hay pruebas de asentamientos humanos que datan de la Edad del Hierro y con posterioridad de la época romana. Estamos ante el clásico ejemplo de ciudad que crece alrededor de una estructura fortificada, el Castillo de Edimburgo, asentado sobre los restos de un tapón volcánico extinto conocido como Castle Rock. Gracias a una privilegiada posición defensiva logró mantenerse a salvo hasta que en el siglo VII los ingleses capturaron el lugar y pasaron a denominarlo el "burgo de Eiden". Siglos después regresó a manos escocesas, más tarde pasó a ser de nuevo de los ingleses y así sucesivamente hasta no hace mucho. Pese a los continuos conflictos con Inglaterra la ciudad fue desarrollándose y ganando prestigio hasta ser declarada capital de Escocia en 1437. Edimburgo ha sido víctima de tantos asedios que acabó por convertirse en uno de los lugares más atacados del mundo y en el escenario de la constante guerra entre ingleses y escoceses. Una tensión social y política que en la época actual sigue siendo palpable. 

Si bien un par de días es tiempo suficiente para visitar la ciudad tampoco estaría mal pasar más días para profundizar en aquellos lugares menos turísticos, y es que Edimburgo esconde muchos secretos que bien merecen nuestro tiempo. 

El centro histórico se divide en dos grandes áreas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: la Ciudad Vieja (Old Town) y la Ciudad Nueva (New Town). Son dos estilos arquitectónicos completamente diferenciados que corresponden a las distintas épocas de construcción que ha afrontado la ciudad. La parte antigua, originada en las inmediaciones del castillo, mantiene la más pura esencia medieval, con los característicos edificios de piedra en tonos oscuros que son la seña de identidad de Edimburgo. 

Sustentada en lo alto de una colina, la ciudad vieja tuvo que adaptarse no sólo a una orografía en pendiente sino también a las necesidades de una población que no paraba de crecer. Para hacer frente al hacinamiento se fueron levantando bloques cada vez más altos sin una adecuada planificación, de tal modo que algunas viviendas quedaban superpuestas unas encimas de otras. De ahí que fueran surgiendo callejones muy estrechos y pasadizos subterráneos que hoy resultan curiosos para el visitante e invitan a perderse por ellos. 

 



La zona más animada del casco antiguo es sin lugar a dudas la Royal Mile, una gran avenida que comunica el Castillo de Edimburgo con el Palacio de Holyroodhouse a lo largo de una distancia de 1,8 km (la milla escocesa). Si se ha convertido en la calle más transitada de la Old Town por algo será, y es que no sólo concentra los monumentos más importantes sino también toda clase de museos, restaurantes y tiendas de lujo.  

A lo largo de esta vía principal encontramos la espectacular Catedral de Saint Giles, que en realidad no tiene el título de catedral debido a que carece de obispo. Fue levantada sobre los restos de una iglesia más humilde y tras ser incendiada por los ingleses en el siglo XIV fue reconstruida íntegramente hasta mostrar su aspecto actual. Cuenta con una fachada de estilo gótico y una inconfundible cúpula en forma de corona real que es visible desde todos los puntos de la ciudad. El templo está dedicado a San Gil, patrón de los tullidos y leprosos durante la Edad Media y actual patrón de la ciudad. En este lugar fue donde comenzó la Reforma Protestante de la iglesia escocesa, de la mano del predicador John Knox, considerado el fundador del Presbiterianismo. 


Edimburgo es una ciudad de enorme tradición literaria, cuna de innumerables escritores, poetas y filósofos, algunos tan ilustres como David Hume, que destacaron sobre todo en el siglo XVIII durante la Ilustración escocesa. Se dice que frotar el pie de su estatua atraerá la buena suerte en los estudios. 

Sus habitantes se muestran orgullosos de haber obtenido en 2004 el título de Ciudad de la Literatura de la Unesco, siendo la primera población del mundo en lograr este reconocimiento. El amor por las letras se palpa en el ambiente, se pueden realizar recorridos literarios guiados o visitar infinidad de modestas librerías que se reparten por los barrios, un buen lugar para pasar la tarde junto a joyas clásicas. 

Otra parada interesante es el Museo de los Escritores en el que se rinde homenaje a algunos de los más célebres: Robert Louis Stevenson, Walter Scott y Robert Burns. El museo se ubica dentro de la encantadora mansión de Lady Stair, un edificio del siglo XVII que parece sacado de un cuento. 

Pero si hay un monumento emblemático ése es el Castillo de Edimburgo. Enclavado sobre un antiguo volcán, en el extremo oeste de la Royal Mile, a él acuden cada año tantos viajeros que ya es la atracción de pago más visitada de Escocia y la segunda de Reino Unido. Quien se sienta cómodo entre multitudes puede pagar alrededor de 15€ para entrar en las diferentes salas que custodian las joyas de la corona. Uno de los elementos más populares que alberga el castillo es la "Piedra del Destino", empleada en las ceremonias de coronación de los reyes escoceses. Aunque tan sólo es un trozo de roca se considera un símbolo muy valioso para el orgullo de Escocia, puesto que ha representado a su monarquía desde hace mucho tiempo y no son pocas las leyendas asociadas a ella. En el siglo XIII fue robada por el rey Eduardo I de Inglaterra y depositada en la Abadía de Westminster de Londres, donde ha permanecido nada menos que setecientos años. Los escoceses continuaron reclamando su piedra pero no ha sido hasta 1996 cuando el gobierno británico ha procedido a su devolución, con la condición eso sí de que volviera a Londres para su uso en futuras coronaciones. Y así ha sido, después de fallecer la reina Isabel II la piedra ha viajado hasta Londres para estar presente en la coronación de su hijo Carlos III. Increíble historia, ¿será por piedras?

El castillo se convierte cada verano en uno de los escenarios del Festival Internacional de Edimburgo, considerado como el evento de actuaciones en vivo más grande del mundo. El festival, celebrado desde 1947, acoge espectáculos simultáneos de diferentes artes: música, cine, danza, teatro, literatura e incluso desfiles y marchas militares. Fuera del festival también es posible disfrutar de conciertos improvisados, cualquier día y a cualquier hora, bien al aire libre en plazas y parques o incluso en un pequeño pub de barrio. Es el paraíso para los amantes de la cultura.

La ciudad vieja y la ciudad nueva están separadas por unos bonitos jardines que resaltan en pleno centro y desde los cuales se obtienen las mejores panorámicas del castillo: Princes Street Gardens. Fueron construidos en el siglo XIX en lo que antes era un lago maloliente al que iban a parar todas las aguas residuales de la ciudad, hoy en día es un agradable punto de encuentro en el que vecinos y turistas conviven, pasean y descansan sobre el verde césped. 





Cuando la vida en el barrio viejo se volvió insostenible, debido a la masificación y a unas terribles condiciones de insalubridad, las clases altas impulsaron la creación de un nuevo espacio en el que pudieran vivir dignamente. De la mano del arquitecto James Craig nacía en el siglo XVIII la New Town, un barrio amplio y organizado en la parte baja de la ciudad, con avenidas anchas y edificios más homogéneos de estilo georgiano y neoclásico. 





Este es el distrito más comercial, repleto de bancos, tiendas y oficinas, y por supuesto una buena tanda de pubs tradicionales y cafeterías en las que hay que parar a tomar algo. A nosotros nos basta con cualquier cosa típica y cerveza.



Si salimos del circuito establecido podemos adentrarnos en barrios menos frecuentados por los turistas pero que tienen un encanto muy particular. Uno de los más curiosos es Dean Village, que más que un barrio parece una aldea escondida en mitad de Edimburgo. Aquí no hay comercios ni bares ni nada y, sin embargo, merece la pena acercarse a este rincón para disfrutar de su tranquilidad y belleza. 

Para llegar apenas hay que andar quince minutos desde Princess Street, en el corazón de la New Town, hacia el puente Dean Bridge. Junto al puente hay una llamativa casona que parece dar la bienvenida a este insólito barrio. 

Se trata de un conjunto de viviendas muy pintorescas que fueron fundadas en el siglo XII por los monjes de la Abadía de Hollyrood. En aquellos tiempos se inició aquí una próspera actividad molinera que acabó en decadencia con la llegada de la revolución industrial, poco a poco la aldea fue engullida por la ciudad y las casas quedaron semi abandonadas. En los últimos años han sido rehabilitadas conservando su apariencia original y ahora es uno de los distritos más cotizados. 

El barrio cuenta con abundantes zonas verdes y senderos habilitados junto al río Water of Leith. Sus tranquilas aguas serpentean entre las casas aportando un continuo murmullo de paz y brindando algunas estampas para el recuerdo. 

El mejor plan es caminar sin rumbo por sus acogedoras calles para fijarnos en aquellos detalles que suelen pasar desapercibidos: tejados, ventanucos, chimeneas... Sin darnos cuenta es fácil que nos colemos en algún patio de vecinos particular, lo que exige por nuestra parte el máximo respeto. 

Otra de las atracciones turísticas de Edimburgo, inverosímil para algunas personas, es la visita a sus cementerios. Tal vez a priori pueda resultar una idea espeluznante, sobre todo en otros países, pero creo que en el caso de Escocia la experiencia de entrar en uno de ellos no desentona para nada. Bajo espesas arboledas asoma un variado repertorio de lápidas y esculturas funerarias, muchas de las cuales reflejan la influencia de la simbología celta. Los cementerios están ubicados en puntos muy céntricos y aparecen así de repente, sin buscarlos, invitando a dar un paseo inusual y meditativo. ¿Qué mejor lugar para reflexionar sobre la vida?






He dejado para el final uno de mis rincones preferidos de la ciudad y uno de los más fotografiados: Calton Hill. Edimburgo está rodeada por un conjunto de colinas de origen volcánico que ya forman parte de su paisaje como un monumento más. En la antigüedad cumplían funciones defensivas y ahora sirven como miradores y espacios de recreo que suelen estar muy concurridos al atardecer. 

La colina de Calton parece un parque temático por la diversidad de monumentos que atesora. El más llamativo es el Monumento Nacional de Escocia, del siglo XIX, un homenaje a los soldados y marineros fallecidos en las guerras napoleónicas. Su forma y ubicación recuerdan al Partenón de Atenas sobre la Acrópolis, por algo es conocida Edimburgo como "la Atenas del Norte".




Desde aquí tenemos increíbles vistas panorámicas, si miramos al este se divisa con nitidez el volcán de Arthur´s Seat, rodeado por el parque de Hollyrood. Me anoto esta excursión para la próxima visita. 

Hacia el norte vemos el mítico barrio portuario de Leith, conocido por ser el escenario de la película Trainspotting, y al fondo el fiordo del río Forth

Y en el sur se despliega un espléndido skyline de toda la ciudad. Por un lado se distinguen los viejos campanarios de las iglesias de la Old Town y el Castillo de Edimburgo. 

Y por otro lado apreciamos la silueta de la exquisita New Town. No sé cuál me gusta más.

Y aquí nos quedamos un buen rato, recreándonos con la mejor puesta de sol y sintiendo que en Edimburgo aún hay mucho que rascar.




Si pasáis varios días en Edimburgo os recomiendo hacer una excursión de un día a la localidad de Saint Andrews. No os arrepentiréis 😉

¡Hasta la próxima rutilla!



Comentarios

  1. ¡Espectacular se queda corto! Sin duda este post será mi guía de cabecera para mi próximo viaje a esa ciudad. ¡Gracias por compartirlo!

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    1. Muchas gracias por tu comentario Loli, es un honor viniendo de alguien con tan larga trayectoria en esto de escribir posts, yo de momento sólo estoy empezando. Un abrazo!

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